Llevo un tiempo fuera de movimientos
juveniles. Casi dos años, para ser exactos. Es realmente poco, pero
precisamente el tiempo que duré en ellos más lo que he aprendido después me ha
servido para tratar de entender qué debo hacer con mi vida. Y por más que esto
suene personal, lo que voy a decir a continuación espero le sirva a quienes aún
buscan una vocación. Porque algo tengo claro: si uno está involucrado en un
grupo con un norte claro, primero cada persona dentro de él debe definir su
propio norte. De otra manera, el grupo se convierte en un espacio de solo
perder el tiempo.
Soy un convencido de que la vida
es un conjunto de círculos que se cruzan entre sí: hay un círculo familiar, uno
de amistades, uno profesional, y todos los que uno quiera crear. Y si uno
quiere que entre todos ellos haya sentido, debe haber algo de lógica y orden.
Inevitablemente, debo titular a esa lógica “principios” o “valores”, como
quieran llamarla. Ser feliz es un principio, la lealtad es otro, el amor, la
amistad, la pasión, mi interés propio o el beneficio de los demás. Puede ser
cualquier cosa, pueden ser principios reprochables para los otros, pero en el
caso de cada uno deben ser guías de vida que no tienen por qué ser las mismas
de alguien más.
Al menos, en teoría. Pero en la
práctica uno se da cuenta de que otros comparten mis propios principios. Y a
partir de ellos puedo crear objetivos comunes con estas personas: servir a los
demás, educar a quien lo necesita, hacer feliz a un niño, evangelizar, por dar
ejemplos. Así nacen los grupos, generalmente entre personas que buscan una meta
a cumplir. Pero cuando hay algo más que un simple objetivo de por medio, cuando
hay principios que nos unen a todos y que estamos dispuestos a seguir para
trabajar, allí se forma una comunidad. Los principios no caen cuando el
objetivo se cumplió. Los principios permiten soñar, pensar en objetivos más
grandes. Ahí está tal vez la diferencia entre grupo y comunidad: cuando el
objetivo se cumple, el grupo muere. La comunidad, una vez cumple un objetivo,
se pone metas más grandes porque hay un principio que inspira a todos a seguir
trabajando. Sobre todo, cuando alguien tiene dudas de los principios, los demás
están allí para apoyarle.
Cuando pertenecí a comunidades (y
sí, le llamo comunidades porque sentía que hacía parte de un grupo de personas
que compartían principios míos), sentía la necesidad de girar mi vida en torno
al servicio. Primero, sentía una relación fuerte con Dios, que debía ser
explícita en mi trabajo. Segundo, tenía el deber de formar a otros jóvenes con
mis conocimientos. Tercero, me obligué a inspirar a al menos una persona para
que continuara el mismo camino. Por último, mi trabajo debe tener la vocación
de buscar algo más grande, a partir de adquirir nuevos conocimientos,
habilidades y mejorar mis actitudes. Y la manera más útil de crecer en todo
ello es evitar cerrarme en mis propios conocimientos. Para mí estar en una
comunidad tenía sentido si todo ello se cumplía.
En particular, en uno de los
grupos a los que pertenecí, sentía que las metas venían siendo cada vez más grandes.
El grupo tenía la vocación de convertirse en un referente nacional de
voluntariado. El grupo parecía tener personas de principios definidos y con criterio
de escoger entre lo bueno y lo correcto. Hoy siento que eso se perdió, y por
eso mismo veo que no se puede llamar comunidad, al menos en torno a los
principios que me guiaron. Hoy siento que el grupo da vueltas sobre lo mismo
que ha venido haciendo siempre. No se renueva con ideas nuevas, no depura lo
malo. Esa vocación de crecer hasta ser el referente con el que soñé no la veo tan clara hoy en día.
Para darle sentido a un grupo que
se ha perdido en sus objetivos y principios, cada uno debe ser consciente de lo
que está aportando. ¿Los intereses de grupo son mis mismos intereses? Bajo eso,
cada quién debe replantear su presencia en el grupo. Quien no esté aportando,
que se vaya. Quien esté llenando de actitudes negativas al grupo, que se vaya. Quien ni siquiera tenga un objetivo claro con
su vida, debe reflexionar sobre lo que debe hacer pero que no llene con sus
indecisiones al grupo. Si el grupo tiene que cambiar de objetivos y rehacerse,
que lo haga. Que queden dos o tres, eso no importa. Pero que al menos sean
personas convencidas de unos principios claros y que tengan la intención de
lograr metas cada vez más grandes.
Por último, me queda decir que la
renovación es necesaria, así como los cambios de aires de personas que no estaban,
pero quieren seguir aportando. No abrirse al exterior es un error de un grupo
que aspira a dejar un legado. Es así como estoy convencido de que un grupo que
se cierra es un grupo que está condenado a morir.
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