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jueves, 7 de septiembre de 2017

Vale la pena oír al Papa

Llegó Francisco a Colombia. Pero antes debo decir: tenía miedo y desconfianza. Este es un país muy apasionado y a la vez muy religioso. Y a veces la combinación de ambas cosas termina en hechos incluso lamentables. Quizás me he desconectado un poco del evento y de cómo la gente lo siente, pero veo que muchos se lo tomaron con mucha tranquilidad y alegría.  Así fue hace unas horas, en una de las avenidas por las que pasó el Papamovil y donde, por la cercanía de mi trabajo, tuve la oportunidad de estar.

Aunque me quiero alejar un poco de toda emoción, quisiera hablar como quien ya ha escuchado a Francisco. En principio sé que él busca inspirar con sus mensajes. Puede que su intención de visitar Colombia sea particularmente pastoral, pero no tengo dudas de que en su doble rol de jefe de estado y de líder espiritual tenga algo realmente importante para decir. Y ese algo tendrá eco tanto en católicos como en protestantes e incluso en los no cristianos.

Para fortuna de muchos, los actos simples del Papa dicen mucho de su mensaje: llegar al más excluido, al más pobre. Pero no se trata sólo de esto. Su idea, según he podido entender, es lograr que el ciudadano común entienda sus palabras. Y esto nos llega a los colombianos por dos razones: una, por su estilo de trabajo. Es un sacerdote pastoralista, en todo el sentido. Le gusta la calle, tiene un lenguaje simple, prepara discursos donde quiere que le queden palabras o frases significativas a quien le escucha. Es amante de adquirir compromisos. Por otro lado, el ser latinoamericano le ayuda. Conoce nuestras necesidades, nuestras pasiones, lo que más nos mueve y conmueve. Es el típico argentino sencillo, aquel que abre sus brazos, te hace sentir en familia y no tiene parecido al estereotipo de "agrandado" que nos ha vendido la cultura popular.

En Rio le escuché. Y le puse cuidado desde mi casa cuando estuvo en Cracovia. Fue agradable saber que sus discursos realmente iban hacia los jóvenes. Nada de indirectas hacia algún líder en particular. Aún mejor, tenía la clara intención de empoderar a los jóvenes. "Hagan lío". ¿Qué mejor frase para recordarle a una persona que es dueña de su propio destino y cuenta con las herramientas para cambiar al mundo?  El Papa hace llamados a la acción, así el peso de las instituciones, los gobiernos e incluso la inercia de algunas iglesias limiten las posibilidades de crecer.

El lema de la visita es “Demos el primer paso”. ¿Para quién va? ¿Para los políticos que llevan meses peleando por cuenta de los acuerdos de paz con las FARC? No creo. Es un mensaje en primera persona. Estoy seguro de que es un mensaje para el colombiano promedio, para aquel que se ha dejado llevar aún hoy por los mensajes del SI y del NO del plebiscito de octubre pasado. Es para aquel que aún no es capaz de sentarse a hablar con el otro, escucharlo y entender que también busca lo mismo, aunque tenga otros principios. Sin duda, es un primer paso para una reconciliación que no depende de tratos políticos sino de un cambio de actitud que solo viene de nosotros mismos. Es un llamado a la iniciativa, no a la espera a que todo se mueva en torno a nosotros. Creo que de eso se trata la visita del Papa Francisco. Ya veremos el domingo si tengo la razón o no.

Espero que no solo los católicos abran sus oídos a lo que tenga que decir porque el deber de la reconciliación, a pesar de las diferencias, es de todos.

sábado, 2 de septiembre de 2017

¿Juntos para qué?

Llevo un tiempo fuera de movimientos juveniles. Casi dos años, para ser exactos. Es realmente poco, pero precisamente el tiempo que duré en ellos más lo que he aprendido después me ha servido para tratar de entender qué debo hacer con mi vida. Y por más que esto suene personal, lo que voy a decir a continuación espero le sirva a quienes aún buscan una vocación. Porque algo tengo claro: si uno está involucrado en un grupo con un norte claro, primero cada persona dentro de él debe definir su propio norte. De otra manera, el grupo se convierte en un espacio de solo perder el tiempo.

Soy un convencido de que la vida es un conjunto de círculos que se cruzan entre sí: hay un círculo familiar, uno de amistades, uno profesional, y todos los que uno quiera crear. Y si uno quiere que entre todos ellos haya sentido, debe haber algo de lógica y orden. Inevitablemente, debo titular a esa lógica “principios” o “valores”, como quieran llamarla. Ser feliz es un principio, la lealtad es otro, el amor, la amistad, la pasión, mi interés propio o el beneficio de los demás. Puede ser cualquier cosa, pueden ser principios reprochables para los otros, pero en el caso de cada uno deben ser guías de vida que no tienen por qué ser las mismas de alguien más.

Al menos, en teoría. Pero en la práctica uno se da cuenta de que otros comparten mis propios principios. Y a partir de ellos puedo crear objetivos comunes con estas personas: servir a los demás, educar a quien lo necesita, hacer feliz a un niño, evangelizar, por dar ejemplos. Así nacen los grupos, generalmente entre personas que buscan una meta a cumplir. Pero cuando hay algo más que un simple objetivo de por medio, cuando hay principios que nos unen a todos y que estamos dispuestos a seguir para trabajar, allí se forma una comunidad. Los principios no caen cuando el objetivo se cumplió. Los principios permiten soñar, pensar en objetivos más grandes. Ahí está tal vez la diferencia entre grupo y comunidad: cuando el objetivo se cumple, el grupo muere. La comunidad, una vez cumple un objetivo, se pone metas más grandes porque hay un principio que inspira a todos a seguir trabajando. Sobre todo, cuando alguien tiene dudas de los principios, los demás están allí para apoyarle.

Cuando pertenecí a comunidades (y sí, le llamo comunidades porque sentía que hacía parte de un grupo de personas que compartían principios míos), sentía la necesidad de girar mi vida en torno al servicio. Primero, sentía una relación fuerte con Dios, que debía ser explícita en mi trabajo. Segundo, tenía el deber de formar a otros jóvenes con mis conocimientos. Tercero, me obligué a inspirar a al menos una persona para que continuara el mismo camino. Por último, mi trabajo debe tener la vocación de buscar algo más grande, a partir de adquirir nuevos conocimientos, habilidades y mejorar mis actitudes. Y la manera más útil de crecer en todo ello es evitar cerrarme en mis propios conocimientos. Para mí estar en una comunidad tenía sentido si todo ello se cumplía.

En particular, en uno de los grupos a los que pertenecí, sentía que las metas venían siendo cada vez más grandes. El grupo tenía la vocación de convertirse en un referente nacional de voluntariado. El grupo parecía tener personas de principios definidos y con criterio de escoger entre lo bueno y lo correcto. Hoy siento que eso se perdió, y por eso mismo veo que no se puede llamar comunidad, al menos en torno a los principios que me guiaron. Hoy siento que el grupo da vueltas sobre lo mismo que ha venido haciendo siempre. No se renueva con ideas nuevas, no depura lo malo. Esa vocación de crecer hasta ser el referente con el que soñé no la veo tan clara hoy en día.   

Para darle sentido a un grupo que se ha perdido en sus objetivos y principios, cada uno debe ser consciente de lo que está aportando. ¿Los intereses de grupo son mis mismos intereses? Bajo eso, cada quién debe replantear su presencia en el grupo. Quien no esté aportando, que se vaya. Quien esté llenando de actitudes negativas al grupo, que se vaya.  Quien ni siquiera tenga un objetivo claro con su vida, debe reflexionar sobre lo que debe hacer pero que no llene con sus indecisiones al grupo. Si el grupo tiene que cambiar de objetivos y rehacerse, que lo haga. Que queden dos o tres, eso no importa. Pero que al menos sean personas convencidas de unos principios claros y que tengan la intención de lograr metas cada vez más grandes.


Por último, me queda decir que la renovación es necesaria, así como los cambios de aires de personas que no estaban, pero quieren seguir aportando. No abrirse al exterior es un error de un grupo que aspira a dejar un legado. Es así como estoy convencido de que un grupo que se cierra es un grupo que está condenado a morir.