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domingo, 27 de julio de 2014

Rio 2013:1 año después

Domingo 28 de junio. Copacabana. El escenario central.
Ya hace 12 meses acabó la aventura. Recuerdos, experiencias, lugares, personas, mensajes en la Ciudad Maravillosa quedaron grabados en la mente de este bloguero y en la de muchas personas más. Y hoy quiero tomarme el atrevimiento de revivirlo, aunque sólo un poco, mencionarlo todo daría para muchas historias y no me quiero alargar, aunque es algo inevitable. Merece la pena.

La JMJ de Rio la sentí propia. Era en mi continente, en un país con una cultura similar a la mía, y además con el añadido impensado de un papa latinoamericano. Alguien que desde el primer momento demostró cercanía con los jóvenes. Alguien que habló en un lenguaje cercano y directo, aunque retador para todo lo que nos esperaba en el viaje de regreso. Cómo olvidar un momento así.


Y todo empezó en lo personal con un Encuentro Internacional de Jóvenes Amigonianos. En el cercano Belo Horizonte. Por esa época, con un clima muy parecido a Bogotá. Tuve la oportunidad de tener el contacto con una institución de Terciarios Capuchinos. Muchos de los jóvenes que estaban allí tenían sus historias, sus recuerdos. El portugués no fue problema. Por el camino lo fuimos aprendiendo (y de hecho, ¡Todavía!). Y así, íbamos conociendo mejor a nuestros anfitriones. Por otro lado, tenía a mi alrededor otros jóvenes amigonianos. Gente de Costa Rica, Nicaragua, Perú, Chile, Argentina, Bolivia, España y  Alemania. De todos también aprendí. Y conocí experiencias y personas valiosas. El tiempo no alcanzó pero fue suficiente para reflexionar sobre nosotros mismos. Algunas de las actividades que hemos hecho para pascuas y acampadas en Colombia fueron adaptadas para hacer esa actividad. De esa semana quedamos “marcados con el signo del Redentor”, como decía el himno de la Jornada. 


Con mi grupo en la JMJ Amigoniana. Cuando las selfies aún no estaban de moda...o eso creo

Partir a Rio nos llevaba a una aventura distinta. Me alegró de nuevo ver, luego de mi viaje dos años antes a Madrid, las banderas, los cantos y gritos de gente que tenía una razón para ir. Todo alrededor de muchos sitios simbólicos: esperar por los kits de peregrino en el Sambódromo, mojarse una y otra vez por la lluvia en la playa de Copacabana hasta que llegase Francisco, esperar a que bajase la niebla para subir al Cristo Redentor en el monte Corcovado, caminar con maletas hacia la estación Central de buses, almorzar frango (pollo) con suco de Caju junto a la Catedral Metropolitana. Y así puedo seguir contando.
Martes 23, el día de la inauguración.
Pero creería yo que más allá de las cosas que a uno le enseñan en las catequesis y de los contenidos de las homilías, de lo que uno aprende más es de las pequeñas historias que se vivían en un día cualquiera de la Jornada. Quiero contarles una en especial. El miércoles en que no habian eventos grandes en Copacabana resulté solo en el lugar donde generalmente nos daban el desayuno: La Casa de España, en la zona de Humaitá. Por un descuido, no salí con mi grupo, y al parecer nadie se percató tampoco de mi ausencia (¿Será que no?). A eso de las 2 PM, llegué a una conclusión. “Bueno, si estoy solo, habrá que aprovechar, ¿no?” Pensé en improvisar un día de viaje y tenía claro mi primer destino: el estadio Jornalista Mário Filho.


Así es, el Maracaná. Estaba lloviendo en la zona cuando me bajé del bus. Le di una vuelta para simplemente saber que estaba cerrado y no habían eventos especiales programados para la JMJ en ese lugar. Me dirigí a la estación del metro para ir a otro lugar, cuando me detuve a ver un hueco en el que se veía perfectamente una parte de la cancha por dentro. En ese instante, cuatro personas en grupo pasaban en dirección contraria a la mia. Un señor ya cuarentón con camiseta del Botafogo se detiene a mi lado y me hace un comentario (en inglés).

-        -   “Esto debería estar abierto. Mucha gente de la Jornada también viene a ver el estadio”

Naturalmente yo también estaba de acuerdo. Como no había nada más que hacer allí, el señor me preguntó por la estación del metro que yo también andaba buscando. Yo con un “Sí, claro, síganme” (No tenía ni idea de hacia donde iba), terminé llevándolos al tren. Por el camino fuimos charlando y conocí al grupo que de allí en adelante, cada vez que cuento esta historia, he denominado, “los polacos”. Pues sí, eran de Polonia, ¡Acertaron! Pero el hombre con el que mantuve casi toda la conversación era noruego (¿o sueco, o danés? ¡Ya ni me acuerdo!), y era el único de los cuatro que sabía hablar inglés. Con él iba su esposa, una amiga y un sacerdote. Ya sabrán cómo es eso de los nombres eslavos y escandinavos, así que el hombre me pidió que lo llamara simplemente “Cherry”, o algo que sonaba parecido. 
Los polacos con los que me la pasé medio día. Con el que hablé casi todo el tiempo tomó la foto.
Entre los cuatro, charlaron un poco y me contaron luego que apenas llevaban un día en Rio (Yo ya iba para el tercero). Con el supuesto de que yo conocía bastante más de la ciudad que ellos (cosa que podía ser cierta), “Cherry” me pidió que les sirviera de guia. ¿Qué si yo tenía terror? ¡Mucho! Pero debo admitir que la idea me emocionaba más de lo que me daba miedo. Le dije que sí y de una los llevé por un camino por el que había andado el primer día de viaje con mi grupo de Colombia, empezando por la estación Central. Andamos por una avenida y varias calles con ventas tradicionales. Muchas capas da chuva y banderas hasta que llegamos a la Catedral. El grupo andaba cansado y sin almorzar. Así que me pidieron simplemente un lugar para comer tranquilamente. 

El almuerzo de 5PM nos sirvió para saber más cosas del grupo con que iba. Mientras les contaba mis expectativas por empezar mis estudios de maestría, “Cherry” me contaba que la JMJ coincidía con su aniversario de matrimonio. La pareja me invitó a festejar la ocasión, dos días después, pero debí decirle que debía estar con mi grupo de Colombia. Sin embargo les prometí que los iba a tener presentes. Ya sin hambre, entramos a la Catedral. Allí intentamos hacer un rosario multi-lengua con los idiomas que teníamos a nuestra disposición (español, inglés, polaco, alemán y sueco-noruego-lo que fuera que hablara “Cherry”). ¡Cada quien lo hizo a su manera porque finalmente no nos entendimos!

Al terminar el rosario, el padre quería decirme algo. “Cherry” accedió a servirme de traductor. Como estaban seguro de que la JMJ del 2016 sería en suelo polaco, el padre me ofrecía quedarme en su diócesis como agradecimiento por mis servicios de guia. Agradecí el buen gesto y acepté, aunque todo dependía de un posible contacto futuro con “Cherry” via Facebook que no se llegó a concretar (aún). Salimos y ellos se encontraron con compañeros de su delegación y voluntarios de su Pre-jornada. Por lo que entendí, eran de Curitiba. Los polacos se fueron perdiendo con la multitud mientras charlaba con los paranaenses.

Después de perder a los polacos, resulté con estos voluntarios de Curitiba. Al parecer.
De ahí en adelante, fue una cadena de encuentros con voluntarios y otros peregrinos para resultar dando con el albergue donde me quedé toda la semana (bueno, en realidad fueron dos). De caminar y tomar el metro, finalmente di con la Rua São Clemente, lugar donde pasaba el último bus de mi ruta particular. Lloviendo y en una parada de bus sin techo, se me acerca una joven bastante agraciada en sombrilla (seguía lloviendo, como fue la costumbre en Rio casi toda esa semana). Aquí algo de la conversación, puesta en español, porque en realidad traté de improvisar con el portugués que medio aprendí hasta ese día:

- (Menina) ¿A dónde vas?
- (D.LA) Voy hacia Lagoa
- (M) Ese bus que ibas a tomar no te servía. Si quieres, ven aquí [ofreciéndome de su sombrilla]
- (D.LA) Gracias. ¿Eres de la Jornada, acaso?
- (M) No, pero me gusta ayudar. ¡Qué buen portugués tienes!
- (D.LA). Ayyy, gracias! [¿Ah sí?...En esas pasó mi bus]

Esta última escena me hizo cogerle más aprecio del que ya tenía antes al pueblo brasileño. Pero ya con esta aventura a solas, tenía ya la fuerza suficiente para vivir con ganas el resto de la Jornada.

En los días siguientes llegaría el Papa a los eventos oficiales (Jueves) y en medio de otro viaje improvisado, esta vez con compañía, tuve el chance de verlo a unos metros en la oración del Angelus en el balcón de la casa arzobispal de la ciudad.

Viernes 26. Sorpresa grata.
En fin...si sigo contando, esto se alarga. Pero luego de un año después no puedo olvidar tantas experiencias que me dejó aquel viaje. Sin duda, para muchos las experiencias y palabras de Francisco en esos días nos dejaron con recuerdos agradables y la misión de seguir adelante. Como misioneros, como testigos. Ir a una segunda JMJ valió la pena por todo ello. Y más porque siempre sucedía algo nuevo e imprevisto, como cada vez que pasábamos por este túnel.



Cracovia es la meta de un posible nuevo reto. ¿Probable? Ya el tiempo lo dirá.

PD: Gracias a la banda Rosa de Saron por alargar el recuerdo a través de su música.

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