Domingo 28 de junio. Copacabana. El escenario central. |
La JMJ de Rio la sentí propia.
Era en mi continente, en un país con una cultura similar a la mía, y además con
el añadido impensado de un papa latinoamericano. Alguien que desde el primer
momento demostró cercanía con los jóvenes. Alguien que habló en un lenguaje
cercano y directo, aunque retador para todo lo que nos esperaba en el viaje de
regreso. Cómo olvidar un momento así.
Y todo empezó en lo personal con
un Encuentro Internacional de Jóvenes Amigonianos. En el cercano Belo
Horizonte. Por esa época, con un clima muy parecido a Bogotá. Tuve la
oportunidad de tener el contacto con una institución de Terciarios Capuchinos.
Muchos de los jóvenes que estaban allí tenían sus historias, sus recuerdos. El
portugués no fue problema. Por el camino lo fuimos aprendiendo (y de hecho,
¡Todavía!). Y así, íbamos conociendo mejor a nuestros anfitriones. Por otro
lado, tenía a mi alrededor otros jóvenes amigonianos. Gente de Costa Rica,
Nicaragua, Perú, Chile, Argentina, Bolivia, España y Alemania. De todos también aprendí. Y conocí
experiencias y personas valiosas. El tiempo no alcanzó pero fue suficiente para
reflexionar sobre nosotros mismos. Algunas de las actividades que hemos hecho
para pascuas y acampadas en Colombia fueron adaptadas para hacer esa actividad.
De esa semana quedamos “marcados con el signo del Redentor”, como decía el
himno de la Jornada.
Partir a Rio nos llevaba a una
aventura distinta. Me alegró de nuevo ver, luego de mi viaje dos años antes a
Madrid, las banderas, los cantos y gritos de gente que tenía una razón para ir.
Todo alrededor de muchos sitios simbólicos: esperar por los kits de peregrino
en el Sambódromo, mojarse una y otra vez por la lluvia en la playa de
Copacabana hasta que llegase Francisco, esperar a que bajase la niebla para
subir al Cristo Redentor en el monte Corcovado, caminar con maletas hacia la
estación Central de buses, almorzar frango
(pollo) con suco de Caju junto a la Catedral Metropolitana. Y así puedo
seguir contando.
Martes 23, el día de la inauguración. |
Así es, el Maracaná. Estaba
lloviendo en la zona cuando me bajé del bus. Le di una vuelta para simplemente
saber que estaba cerrado y no habían eventos especiales programados para la JMJ
en ese lugar. Me dirigí a la estación del metro para ir a otro lugar, cuando me
detuve a ver un hueco en el que se veía perfectamente una parte de la cancha
por dentro. En ese instante, cuatro personas en grupo pasaban en dirección
contraria a la mia. Un señor ya cuarentón con camiseta del Botafogo se detiene
a mi lado y me hace un comentario (en inglés).
- -
“Esto debería estar abierto. Mucha gente de la
Jornada también viene a ver el estadio”
Naturalmente yo también estaba de
acuerdo. Como no había nada más que hacer allí, el señor me preguntó por la
estación del metro que yo también andaba buscando. Yo con un “Sí, claro,
síganme” (No tenía ni idea de hacia donde iba), terminé llevándolos al tren. Por
el camino fuimos charlando y conocí al grupo que de allí en adelante, cada vez
que cuento esta historia, he denominado, “los polacos”. Pues sí, eran de
Polonia, ¡Acertaron! Pero el hombre con el que mantuve casi toda la
conversación era noruego (¿o sueco, o danés? ¡Ya ni me acuerdo!), y era el único
de los cuatro que sabía hablar inglés. Con él iba su esposa, una amiga y un
sacerdote. Ya sabrán cómo es eso de los nombres eslavos y escandinavos, así que
el hombre me pidió que lo llamara simplemente “Cherry”, o algo que sonaba
parecido.
Los polacos con los que me la pasé medio día. Con el que hablé casi todo el tiempo tomó la foto. |
El almuerzo de 5PM nos sirvió
para saber más cosas del grupo con que iba. Mientras les contaba mis
expectativas por empezar mis estudios de maestría, “Cherry” me contaba que la
JMJ coincidía con su aniversario de matrimonio. La pareja me invitó a festejar
la ocasión, dos días después, pero debí decirle que debía estar con mi grupo de
Colombia. Sin embargo les prometí que los iba a tener presentes. Ya sin hambre,
entramos a la Catedral. Allí intentamos hacer un rosario multi-lengua con los
idiomas que teníamos a nuestra disposición (español, inglés, polaco, alemán y
sueco-noruego-lo que fuera que hablara “Cherry”). ¡Cada quien lo hizo a su
manera porque finalmente no nos entendimos!
Al terminar el rosario, el padre
quería decirme algo. “Cherry” accedió a servirme de traductor. Como estaban
seguro de que la JMJ del 2016 sería en suelo polaco, el padre me ofrecía
quedarme en su diócesis como agradecimiento por mis servicios de guia. Agradecí
el buen gesto y acepté, aunque todo dependía de un posible contacto futuro con
“Cherry” via Facebook que no se llegó a concretar (aún). Salimos y ellos se
encontraron con compañeros de su delegación y voluntarios de su Pre-jornada.
Por lo que entendí, eran de Curitiba. Los polacos se fueron perdiendo con la
multitud mientras charlaba con los paranaenses.
Después de perder a los polacos, resulté con estos voluntarios de Curitiba. Al parecer. |
- (Menina) ¿A dónde vas?
- (D.LA) Voy hacia Lagoa
- (M) Ese bus que ibas a tomar no te servía. Si quieres, ven aquí [ofreciéndome de su sombrilla]
- (D.LA) Gracias. ¿Eres de la Jornada, acaso?
- (M) No, pero me gusta ayudar. ¡Qué buen portugués tienes!
- (D.LA). Ayyy, gracias! [¿Ah sí?...En esas pasó mi bus]
Esta última escena me hizo cogerle más aprecio del que ya tenía antes al pueblo brasileño. Pero ya con esta aventura a solas, tenía ya la fuerza suficiente para vivir con ganas el resto de la Jornada.
En los días siguientes llegaría el Papa a los eventos oficiales (Jueves) y en medio de otro viaje improvisado, esta vez con compañía, tuve el chance de verlo a unos metros en la oración del Angelus en el balcón de la casa arzobispal de la ciudad.
Viernes 26. Sorpresa grata. |
Cracovia es la meta de un posible nuevo reto. ¿Probable? Ya el tiempo lo dirá.
PD: Gracias a la banda Rosa de Saron por alargar el recuerdo a través de su música.
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